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COLOMBIA ES EL BRONX #IdeasporCómbita


Muy orgullosas las autoridades bogotanas por haber sacado a los habitantes del Bronx de sus nichos delincuenciales y marginales. Lo mismo hicieron hace unos años cuando acabaron con El Cartucho. Posan los militares y policías para las fotos en las cuales se ven las horrorosas condiciones en que vivían los adictos, los vagabundos de las calles. Edificios cavernosos, calles sombrías, basura por toneladas que provocan el escándalo y el rechazo de las mentes bien pensantes, las cuales terminan sorprendidas ante el horripilante escenario y luego se indignan y se persignan.

El gobierno distrital, con el imposible doctor Enrique Peñalosa a la cabeza, se siente satisfecho con los operativos. Como si El Bronx fuera el único foco de anárquica drogadicción callejera. La única olla de Colombia.

Sacan a esas personas perdidas de esta realidad, que convivían con un complejo sistema de prostitución y hasta tenían un presidio, como quien barre el polvo que hay bajo la alfombra. El alcalde ordenará, quizás, la construcción de un parque mediante jugosos negocios y contratos para sus amigos. Y los viciosos, gamines, indigentes se desperdigarán por el resto de la ciudad. Donde quiera que vayan llevarán al Bronx con ellos, como sucedió con El Cartucho.

Porque, por más obvio que suene, el problema no es que esas personas afeen el Centro de Bogotá. El problema es que todavía se penalicen las sustancias a las cuales están atadas y que no existan oportunidades de ningún tipo para estos individuos alejados de las convenciones sociales. La administración del Distrito está interesada en que la ciudad luzca como taza de plata porque a lo grave, a lo verdaderamente rudo no se le miden. Tendrían que hacer una inversión multimillonaria para ofrecerle al menos un pequeño estímulo a la gente que no ha podido adaptarse, que tal vez no se adapte, al ritmo de vida de la capital, sea por sus adicciones o por sus tendencias criminales, o por las dos.

Peñalosa es un mercader. Y ya debe estar tranquilo tras haber fumigado a los bichos del Bronx. Pero El Bronx seguirá, se expandirá por el resto de Bogotá, mientras no se busquen las soluciones reales a esta problemática, mientras se siga pensando en que Bogotá es un descampado cuyo destino es la urbanización y el cemento a ultranza.

Las imágenes del desalojo en El Bronx recuerdan el diálogo entre dos personajes de una serie televisiva colombiana que se volvió clásica, La mujer del presidente. Uno de ellos era Buendía, el hombre de clase media que tenía miedo del otro con aspecto raído y condición de desposeído:

—Usted me rechaza, pero no se le olvide que gente como usted me creó a mí —le dice a Buendía su oscuro acompañante.

Y tiene toda la razón.

Por omisión o negligencia, por arribismo o falta de un sentido claro en las políticas sociales hemos permitido el surgimiento y la permanencia de estos marginados. A su característica de autoexclusión, esa opción personal de asumir la calle como su hábitat, se le suma un agravante: dejarlos como están, a su suerte, con tratamientos que son solo paliativos. Que sigan errabundos por la capital de Colombia sin tenderles la mano que únicamente la alcaldía mayor, urbanizadora, pavimentadora y negociante podría brindarles.

A Peñalosa y a su gente no les importa.

Estas personas, los antiguos habitantes del Bronx, estos espectros aterradores que seguirán su ruta desolada, son la alegoría viviente de un país ciego que aspira a embellecerse por un rato mientras explota en mil pedazos por dentro.

El Bronx no es, no era, la gran olla de Colombia.

Colombia es la olla. Aunque se maquille.

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